16 October 2012

Referendum catalán

Ayer el primer ministro del Reino Unido y de Escocia firmaron un acuerdo histórico por el cual los Escoceses de más de dieciseis años irán a votar en 2014 sobre la independencia de Escocia. La pregunta será clara, habrá sólo una, y la respuesta, simple: "Sí" o "No" a la independencia. Todo este proceso de negociación comenzó una vez que los escoceses dieron la mayoría a Alexander Salmond y su partido, el SNP, tras prometer en campaña que, de ganar, celebrarían un referéndum sobre la materia.

La flexibilidad del sistema constitucional británico y una mentalidad política ante todo pragmática, han ayudado considerablemente. Mientras tanto, contemplo con asombro la situación en España donde Artur Mas quiere ir a los comicios con la misma promesa y la opinión pública se desvela por las noches con pesadillas sobre una crisis constitucional y una secesión catalana. El caso español no podría ser más distinto. Lejos de tener flexibilidad, los españoles están atados por una constitución irreformable que hace imposible una independencia catalana sin ruptura de la legalidad. Al mismo tiempo, la clase política española, junto con muchos españoles, tienen una visión muy distinta sobre el asunto cuando se trata de Catalunya. El pragmatismo no cabe.

Pero yo me pregunto, ¿puede acaso haber una estratregia política más corta de miras? El gobierno no deja de aferrarse a la legalidad constitucional, pero seamos claros, este es el típico ejemplo de libro de problema de efectividad de la norma. Si en algún momento hubiera una inmensa mayoría de catalanes que quisieran la independencia y ésta se declarase de algún modo u otro, ¿tendría pensado el gobierno de España imponer esa unidad del Estado por la fuerza? ¿Acaso sacarían los tanques a la calle? En un caso así, a menos que el gobierno quiera sentarse en el banquillo de los acusados del tribunal penal internacional de la Haya, lo más factible es que se produzca esa independencia de facto sin reconocimiento español, pero con algún respaldo internacional. A la larga, Catalunya sería un Estado independiente, el gobierno de España no podría hacer nada para evitarlo y la situación se estancaría en ese vacío jurídico.

Pero vayamos al centro del asunto. Digamos que de verdad existe una inmensa mayoría de catalanes que quieren la independencia. ¿Acaso cree alguien que es imposible evitarlo? La historia ya ha demostrado demasiadas veces que es muy difícil mantener a un territorio en un Estado en contra de la voluntad de la mayoría de la gente de ese territorio. Salvo casos extremadamente sangrientos como el de la guerra civil americana, pocos gobiernos centrales han tenido éxito en mantener el control. Por otro lado, el derecho a la autodeterminación de los pueblos está reconocido en el derecho internacional desde el fin de la primera guerra mundial. Hay fundamentos jurídicos de base para sostener la indepencia de Catalunya desde un punto de vista legal siempre y cuando se remuevan los obstáculos del derecho interno.

¿Cuál sería entonces la estrategia más sensata a seguir por el gobierno central? Abordar una reforma constitucional (que hace falta en otros muchos aspectos) para eliminar el artículo sobre la unidad de la nación española y permitir así un referendum sobre la materia. Al mismo tiempo, debería negociar con la Generalitat las condiciones en las que se celebraría el referéndum, incluyendo si es vinculante o no, cuál sería la mayoría necesaria para legitimar la independencia, etc. Esto daría claridad al proceso. De salir que sí, la mejor opción para España sería facilitar el proceso de separación, patrocinar su entrada en la UE e intentar mantener los mejores lazos posibles. A pocos países les interesaría menos que a España tener un Estado fallido en sus fronteras. Una actitud revanchista de "castigo" sólo traería más problemas políticos y perjudicaría aún más la economía de ambos países.

El problema es que siendo realistas, el gobierno no va a hacer eso y si lo hiciera, el pueblo español podría votar en contra de la reforma constitucional. Lamentablemente, creo que ese camino sólo conduciría a crear más odio y desconfianza y afianzar el sentimiento separatista que algún día hará inevitable la independencia. Gran paradoja que la gente que derramaría sangre por mantener a Catalunya dentro de España son los mismos que la odian tanto, aquellos que no pueden soportar escuchar hablar en catalán o ver una senyera. Lejos de levantar el ánimo de los catalanes y hacerles sentir como en casa, actitudes de odio hacía lo catalán no hacen más que favorecer el independentismo.

Tengo que decir que no me gustaría que Catalunya se independizase de España. Me gusta Catalunya, me encanta el catalán. Creo que es el idioma romance más hermoso y me siento orgulloso de él. Siempre aprovecho para presumir como español de venir de un país con varios idiomas. También presumo de Barcelona, esa ciudad que aún sobrepasa a Madrid en fama internacional. A todo el mundo le encanta Barcelona. También sería una pena que la perdiéramos. España es un país diverso. Siempre lo ha sido. Su Estado moderno nació del matrimonio de un par de monarcas y la unión de varios reinos y un condado, Catalunya. Fueron las malignas influencias centralistas venidas de Francia con los borbones las que sembraron con el ansia por la homogeneidad, la obsesión por llevarlo todo desde la corte en Madrid y por que se hable sólo castellano. Por desgracia, son los herederos de esa tradición, los que supuestamente miman con esmero la unidad de España, los que más han hecho, están haciendo y, me temo, van a hacer, por cargarse España.

Motivos electoralistas de Artur Mas aparte, sólo hay un camino sensato frente a una posible petición o declaración de independencia catalana: hacer las cosas más fáciles e intentar mejorar las relaciones lo mejor posible para que así podamos prosperar todos en Europa si es que es verdad que somos europeos y si es verdad que lo que importa ahora es Europa y no los Estados nacionales. Por desgracia, me temo que el ánimo cainita, envidioso y vengativo de algunos españoles, podrá  más que la buena disposición de otros muchos.